29 dic 2008

Y dale con el campo


Confieso algo: estoy harto de hablar del “campo”. Confieso, otra cosa (también irrelevante): así como uno al entrar a un conflicto, tomar posición, tiene más o menos condicionamientos y yo tenía varios, el condicionamiento principal no era por la positiva. No era por mi apoyo al gobierno que había votado en el 2005 y en el 2007 (en el 2003 voté a Patricia Walsh, mi candidata presidencial hasta ese entonces) sino por una vieja aversión a los empresarios rurales. Todos los valores conservadores se conjugan en una fórmula: el campo, la iglesia y los milicos. Ese imaginario es fuerte, aún, en la Pampa Húmeda, en nuestra historia presente y en el desconcierto que vive la derecha. Porque la derecha, con Menem, no estaba cómoda. Así como los conservadores franceses no pueden estar cómodos con Sarkozi (y su divina y genial cantante, además de hermosa, Carla Bruni) la derecha conservadora siempre estuvo incómoda con Menem y, más aún, con el menemismo (es decir, una mezcla de “nuevos ricos que llegan al barrio” y pobrerío clientelar). La derecha conservadora, por eso, confiaba en De La Rúa, aunque les molestaba Chacho Alvarez y el Frepaso (asunto ya saldado, por cierto: ahora ya saben que el hecho maldito del país burgués no es, jeje, el progresismo porteño).
Esa derecha conservadora es, también, popular. Y es el “campo”, evoca ese imaginario que se vincula, si se quiere, con el rechazo al positivismo, a la técnica, al progreso, que evoca, fundamentalmente, un rígido sistema de jerarquías que, en rigor, hoy no existe y nunca existió. Porque, en el “campo” conviven un alto nivel de desarrollo técnico maquinario y técnico organizacional, en segmentos de despliegue financiero, con producciones intensivas de abrumadora crueldad y un imaginario que permite (es duro, pero es así) la explotación infantil y la reducción a la servidumbre. Pero, entre los dos, ahora, se juntaron y es probable que ese frente se quiebre. Si hubiera una correspondencia dura entre sector social e ideología, entonces, el sojero sería la derecha moderna, y el quintero la derecha conservadora. El sojero va a Hipopótamo en Recoleta y el quintero, a esos tugurios al costado de la ruta a tomar un amargo obrero con Mariano T.
La rubia mercachifles que está re buena, y sale de Palermo a apoyar al “campo” con su cacerola, quizás tenga intereses indirectos con el sojero, pero el abuelo balbinista que está al lado,está convencido de las bondades de Don Zoilo. El campo es las dos cosas, es la rentabilidad alta con el trabajo de otros, es la dura jornada del peón. Pero, esos valores conservadores, represnetados en el imaginario del “campo” son los que permiten la explotación, las jerarquías crueles, la exclavitud, la trata de blancas, las “zonas grises” del contrabando, la ausencia de estado, la violencia extrema. El empresariado más vinculado a la especulación financiera, el sojero por ejemplo, no quiere pagar impuestos como no lo quiere pagar nadie de su clase social, paga de modo forzado por el tipo de actividad (ése es el eje del asunto: la incobrabilidad de otros impuestos más sensatos que las retenciones. Y esto lo saben todos, por eso los empresarios sojeros insisten con el impuesto a las ganancias, todo lo demás, la coparticipación y blabla, es verso) y ahora, parece, encontró un relato legitimador. Eso es Alfredo de Angelli, que representa los intereses sojeros (donde, minga que hay pequeños y grandes: pero no es asunto de esta nota) con la pinta del buenazo de Don Zoilo. Eso que siempre aspiró a ser la Sociedad Rural, hoy es De Angelli, y por lo tanto la Federación Agraria. Por eso, aunque ya estoy harto de hablar de estos tipos miserables, egoístas y cavernícolas, hay que seguir hablando. La historia, estoy convencido, va a ahorrar las tonteras, será escrita de una forma, diferente a la vencedora hoy. Porque así como, la derecha y sus intereses confluyeron, estoy seguro que también nació una nueva generación de jóvenes militantes del campo popular. Que no creo que sean kirchneristas, pero que, van moldeando su identidad en oposición a esta derecha que sintetiza sus dos corrientes, que se sustenta en aspectos del sentido común y que ahora parece brutal por sus métodos, pero que comparados con su historia reciente son mantequita. Porque, en este país, aunque ahora no lo parezca, sí hubo gente que se sentía representada por Aramburu, por Rojas, por Onganía, por Martínez de Hoz, por Videla. Quizás esa gente ahora vote por Cristina Kirchner porque, leyendo Perfil, o la página del Partido Obrero, se den cuenta que la política de derechos humanos del gobierno es todo verso. Quizás. O quizás, hayan salido, entusiastas, con la cacerola a favor del campo. Quizás. Todo es posible. Pero, como decía Mao, la historia es, por lo menos, necesaria.
Por eso, aunque ya canse el tema, hay que seguir, batallar, conquistar la historia. Apostar al sentido de la historia, a una totalidad que, puede que precaria y siempre en fragilidad, pero necesaria.
Quizás esta sea una buena definición de lo que fue este año que se va. Donde, muchas veces, me sentí solo, o un loco, o simplemente y con la abrumadora evidencia de la derrota. Esos momentos pasaron. Supongo que muchos nos sentimos así, en los meses calientes. Ahora, mientras escribo esto, me acuerdo de algo: muchos de los post que escribí, fueron con el ruido de las cacerolas de fondo, con TN prendido, respondiendo a las puteadas cadenas de mensajes de texto y cansándome del MSN, discutiendo con gente en los cacerolazos (nunca me voy a olvidar de dos progresistas que estaban con las cacerolas, y, a la semana, eran funcionarios de Urribarri) peleándome duro, incluso, alguna piña por ahí.
Me acuerdo de eso, que parece lejano. Un año se va. Otro viene, nunca nos imaginamos esto. Pero así como del otro lado no están todos mis enemigos y de este no están todos mis amigos, la realidad, qué se yo, te pone contra la pared y tenés que elegir. Creo que elegí el lugar correcto. Quizás fui demasiado vehemente, tal vez no haya sido correcto apostar a la polarización, no sé. El tiempo dirá. Porque, la cosa, sigue. Y la certeza sí, irrevocable, que tengo, es que el imaginario del campo, la iglesia y los milicos, es mi adversario. Contra ellos, siempre voy a tratar de poner mi esfuerzo en cómo y qué diga el relato que cuente, le de continuidad, enriquecimiento, a una dictotomía nacional que no inventé yo, que ya estaba, que nos atravesó siempre, que no da cuenta de una totalidad sociológica pero sí de los dos campos de fuerza que más atraen por oposición. No fui yo. Yo lo que hice, en todo caso, es decidir de qué lugar estar. Siempre, aunque la realidad te agarre la camisa y te tire contra la pared, podés elegir. Y yo ya había elegido antes, mucho antes de saber quién era el entrerriano más famoso, el fugaz célebre Alfredo De Angelli. El hombre que sintetizó a la derecha moderna y la vieja derecha.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Perdoname que me ponga detallista

Onganía fue el presidente/dictador más conservador, más parecido a Franco que tuvimos.

Pero en lo económico, había cierta continuidad con el gobierno de Frondizi y el segundo de Perón.
El tipo puso retenciones al campo del 40% (a Kirchner lo chicaneaban con eso durante la crisis con el campo), y era un desarrollista-industrialista.

Además era corporativista, razón por la cual muchos peronistas y sindicalistas lo apoyaron cuando derrocó a Illia.

Fue el presidente de facto más raro que tuvimos. Obviamente un dictador hijo de puta, la edad de oro de la universidad argentina termina con la noche de los lapices.
Pero en lo económico no pertenece en la misma lista que los demás.

Y otros de los dictadores que tuvimos eran liberales y masones, no tan cercanos a la iglesia y lo tradicional como creés, pero eso ya es menor.

A mi lo que no me gusta de los kirchneristas es que le dan demasiada importancia a lo simbólico.

El Lurker

Anónimo dijo...

Paso por acá muy seguido, casi siempre como lector.
Este comentario va dirigido a lo que dice El Lurker.
Es cierto que el gobierno de Onganía tuvo cierto perfil industrialista. Un industrialismo desarrollista, podríamos decir?, que priorizaba los intereses de los sectores concentrados, que basaba su modelo de acumulación en el ingreso de capital extranjero y en la concentración de capital, para lo cual era necesario recuperar márgenes "perdidos" por las conquistas peronistas. Las retenciones del 40% estaban originadas en una fuerte devaluación, que provocó alta inflación con la intención de licuar salarios. Las retenciones cumplían la función de limitar el ingreso de divisas vía exportación. Eran instrumento para mantener un tipo de cambio alto para la industria, y menos alto para los sectores con mayor "competitividad genuina". La concentración en los sectores exportadores fue igualmente brutal, en detrimento de la porción de PBI que habían obtenido los asalariados (sobre todo los no calificados, los de la metal mecánica la pasaron un poco mejor).
Digo algo polémico: el kirchnerismo, y estas políticas descriptas, en algunos puntos confluyen.
Pero se dieferencian en algo sustancial: el punto de partida.
Así, y aunque hayan llegado a similares escalones: el kirchnerismo partió desde el subsuelo de la explosión de un modelo neoliberal, que aún funcionando bien, era salvaje; Onganía fue implacablemente regresivo, por su agresividad contra las conquistas de los trabajadores (las que todavía persistían, y eran "obstáculo" para el crecimiento, que no significaba otra cosa, por supuesto, que acumulación de capital en manos de capitalistas, mayormente extranjeros).
Saludos

Sergio De Piero dijo...

Lo simbólico es importante, porque define mucho. Lo decía Lucas, la rubia de Palermo sale con la carola no porque tenga soja, sino porque D' Angeli (un cabeza al que miraría con asco en otra ocasión) le simboliza y representa todo el odio que tiene hacia el gobierno. Y "el campo" fue uno de los grandes catalizadores de los últimos años en términos políticos. No creo que pueda encontrarse algo semejante con Menem. Siga hablando Lucas, no mas.

Que tenga un muy buen 2009!