Me desperté, como siempre, al mediodía, con el sol entrando por la ventana. Un sol de 15 de enero no es cualquier sol, es un sol crispado, agresivo, violento, en suma, un sol que viene a quebrar la armonía preexistente amenazando con quebrar la paz social, por supuesto violando la república y el contrato moral. Pero uno es en el fondo un conciliador, concertador, consensuador, y otras cosas con dor de esas que aman los periodistas independientes. Así que abrí los brazos para recibir al sol, y ahí la golpeé. Sin querer, claro. Entonces me acordé, anoche, uh. Y ahí estaba, con un corpiño negro, una bombacha blanca con dos patitas de perro dibujadas en cada nalga. Y un tatuaje en el cuello, algo incomprensible.
La dejé que siga durmiendo. Preparé un desayuno frugal, con todo lo disponible en mi cocina (preparé el mate, digamos) y puse Oh Pato de Toquinio y Vinicius y canté, con mi vos de barítono, Oh Pato (Urribarri) cuak cuak. Y la mina, che, no se despertaba. Yo tenía que salir. Así que dulcemente, le toqué el cuello, en la parte del tatuaje, nada. Che, le decía, porque no me acordaba el nombre, che, de nuevo, la sacudí un poco más, y un poco brusco, y dale otra vez, loca de mierda despertate. Y nada. Una patada en el culo, y nada. Me cansé –pierdo la paciencia con relativa facilidad- y le tiré un balde con agua. Me arrepentí al toque: la cama me quedó mojada. Y la mina, nada. Ahí me preocupé. La di vuelta, linda mina, debe ser cierto que estoy más flaco y tengo un chamuyo gladiador. Le abrí el párpado. Esta mina, me di cuenta, está muerta. Y ahora qué.
Buena pregunta. Calma.
Veamos, la situación no es tan grave. Tengo una mina muerta en mi dormitorio. Pero yo no fui. Digo que no la conozco, que no sé quién es, ni cómo vino a parar acá, llamo a los padres y que se la lleven. Cambio las sábanas y listo. Llamar a los padres, qué gran idea, debería figurar al lado del invento de la pólvora, la luz eléctrica y el programa de Luis Majul. Cómo mierda llamo a los padres si no sé cómo se llama. Boludo, revisale la cartera, toda mina tiene una cartera. Puede no tener tetas (como esta mina) pero seguro tiene cartera. Abajo de la cama encontré la cartera. Un peine, unos cigarrillos mentolados, un espejito, papel para sonarse los mocos, setenta pesos que me guardé en el bolsillo, un reloj, nada más. Pará, toda mina, puede no tener tetas pero siempre tienen un celular. Y una cuenta en Facebook. Eso no falla. Dónde mierda tiene el celular, lo busqué por todos lados, le bajé la bombacha incluso para fijarme, me tenté pero la dejé pasar. Calma. He salido de problemas peores, una vez, sin ir más lejos, me llamaron al frente y le agarré sin que me viera el cuaderno al banana de al lado y presenté esa tarea. Por suerte al pibe no lo llamaron, porque sino presentaba una tarea ya corregida, quizás lo amonestaban o, algo peor, me descubrían. Calma, tengo que hacer algo con el cuerpo, nada más. Pero si tengo que sacar el cuerpo del departamento no puede ser al mediodía. Tiene que ser de noche.
Me fui a trabajar y a media tarde llamé al teléfono de casa, por las dudas. No atendió. A la noche, terminé el vino que estaba sobre la mesa, brindé por ella. Busqué una bolsa de residuos de esas de consorcio, negra y grande. Con un esfuerzo demasiado para mí, sudando, logré meterla adentro. Vivo en un tercer piso y nunca hice tanta fuerza, la llevé arrastrando por la escalera (no hay ascensor) puteando porque hacía ruido cada vez que golpeaba la cabeza contra el escalón. Me crucé, abajo, con las dos hormonas con patitas, las hermanitas Grimn, y las miré lascivamente. Dio resultado, hola señor y rajaron. Más señor serás vos, trola. Levanté el cuerpo y lo dejé en el árbol, al lado del cesto de basuras.
Cuando volví a subir al departamento, estaba nervioso, no podía dormir así que miré, otra vez, mi película favorita: Rápido y Furioso, un peliculón. Cuando terminó yo estaba llorando. Esa película, te juro, me puede. La policía me golpeaba la puerta, a las diez de la mañana. ¿Podés creer, a las diez de la mañana? Estos milicos son tan maleducados, pero bue, atendí, me cuadré. Ni idea. En serio. No te lo puedo creer. Y cómo se llamaba. No la han identificado. Anoche estuve acá, leyendo, tranquilito, no, no vi nada. Bueno, ví que sacaban una bolsa negra, pero pensé que era basura nomás. Las chicas del primero, son dos hermanas, pero yo vi eso nomás, ellas sacaban una bolsa. ¿Les ayudo? les pregunté. No, gracias, señor, me dijeron. No, miento, no me dijeron señor, me dijeron joven, parece que las minas esas tienen onda conmigo. Che, así que mataron a una chica. La verdad que están cada vez más locas. Yo sospechaba que no eran normales. De nada. Cuando me llamen al juzgado, sí, oficial, soy un buen ciudadano, pero mire, la verdad, estos jueces, a que entran por una puerta y salen por la otra. Por eso te digo, hasta que no pongan la pena de muerte. Yo siempre digo, no?, en este país hay que matar dos millones de personas, y me quedo corto. Muy bien, taluego.
Te juro que Rápido y Furioso es un peliculón.
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