Noticias del Sur
Por Ezequiel Meler
En días anteriores, las contribuciones de Lucas Carrasco y Emanuel Damoni plantearon los horizontes de un debate necesario: ¿hacia dónde va el sistema de partidos en la Argentina? Mientras Carrasco se daba maña para plantear los ejes alternativos según el modelo de los países limítrofes, Damoni avanzó, si bien cautelosamente, sobre algunos elementos de respuesta. Es mi intención, en las líneas que siguen, contribuir a ese debate.
Es evidente que el colapso de 2001 no fue solamente económico, sino que abrió un período signado por el vacío de poder, que era en parte el resultado mismo de los efectos de las políticas neoliberales sobre los dispositivos hegemónicos nacionales –en concreto, el desguace del Estado y de los resortes de la economía nacional-. En ese sentido, Damoni puntualiza correctamente que la resolución nacional a las crisis en los patrones de acumulación ha tenido, históricamente, un tiempo de gestación que –según postula- bien podría identificarse con la hegemonía del kirchnerismo al interior de un justicialismo dividido.
Ante el fracaso de las opciones de renovación global del sistema, esta recuperación del PJ ha sido, al parecer, más estratégica que táctica, y de ahí las grietas que ello generó en quienes esperaban del oficialismo un mayor aliciente a los proyectos emparentados de centroizquierda modelados al estilo de la Concertación Chilena o de la Transversalidad brasileña. El esquema resultante supone, como bien han señalado Carrasco y Damoni, una apuesta a unas pocas expresiones políticas nacionales, alimentadas, a su vez, por diferentes y hasta conflictivas vertientes provinciales.
A la vista de los resultados, debe concluirse que el colapso de los entramados institucionales que daba sustento a los proyectos nacionales es inseparable de la debacle de dichos proyectos. En este sentido, la ausencia de una ruptura completa con el pasado no es solamente política: hace, también, a las indefiniciones de un proyecto de cambio que no termina de anclar, ora ideológicamente, ora como práctica de gobierno, en una opción decidida de cambio.
La interpelación del pasado es, entonces, funcional a un cambio incompleto, en el que los mecanismos tradicionales de legitimidad siguen siendo atractivos, en la medida en que el pasado –en este caso, el pasado industrial- es el proyecto. A fin de cuentas, el proyecto de reindustrialización del kirchnerismo, esa suerte de neodesarrollismo aggiornado al siglo XXI, combina las preocupaciones fiscales heredadas del neoliberalismo con las necesidades de gestión de sociedades duales, propias de los nuevos tiempos postneoliberales. El sueño de una sociedad hegemonizada plenamente, como antaño, por la relación salarial, se corresponde bien con un partido justicialista de mayor relieve sindical. La continua alusión oficial al modelo exportador “de matriz diversificada” no es otra cosa que eso: una convocatoria a los años gloriosos del país industrial. Preguntarse si esta restauración es posible, en el plano del régimen de acumulación, es indisociable de la indagación respecto de las posibilidades de un retorno a un sistema de partidos binario, como aquel del que se viene.
En el oficialismo, muchos referentes de peso siguen apostando a que la sociedad se estructure, de modo bipolar, en dos proyectos. Uno, de centroizquierda, orientado en derredor del kirchnerismo, con base en el justicialismo. Otro, de centroderecha, organizado alternativamente por la Coalición Cívica o el PRO. Sin embargo, hay buenas razones, como hemos visto, para que esta resolución no sea la esperable. La oposición partidaria, en primer lugar, no ha logrado un principio de unidad más allá de un visceral y antológico antiperonismo, que la aleja de cualquier opción de poder en el plazo inmediato. En segundo lugar, sin embargo, el gobierno tampoco logra estructurar apoyos y asociar voluntades convergentes en torno de su proyecto, que, en la medida en que supone una combinación ecléctica de alianzas provinciales con los diferentes peronismos locales, es visto con extrañeza y con preocupación creciente por el progresismo que lo acompaña. Esta mirada, al menos, es la de organizaciones sociales como Libres del Sur. Es decir, si bien está claro que ni el peronismo ni el antiperonismo dan la medida de un nuevo proyecto de gobierno, esa división sigue mandando en las conciencias, por sobre cualquier otro eje de articulación político – ideológica, especialmente por sobre el eje izquierda – derecha.
Prima como causa de este fracaso la continua negativa de los sectores de la burguesía agraria tradicional para organizarse como parte del sistema de partidos. Negativa que tiene una larga tradición, ya centenaria, nutrida de la certeza de que la presión corporativa es, a la larga, menos costosa. Asimismo, los sectores tradicionales siguen abrevando en la convicción cultural de que no debe haber otro gobierno que su gobierno, esto es, que un Estado autónomo, dependiente de bases estrictamente democráticas, y consolidado como defensor del interés general, es un desafío insoportable a sus privilegios. Por eso, tal vez, en el rechazo al proyecto kirchnerista -que puede definirse, someramente, como el intento de otorgar al agente político estatal una autonomía relativa respecto de sus referentes económicos y sociales inmediatos- aparecen, si bien de modo residual, temas tan oxidados como el antiperonismo rabioso, la nostalgia por las Fuerzas Armadas -que son, al fin y al cabo, una herramienta del Estado, supeditada al poder democrático, y no un sector de la sociedad civil-, así como también el insistente rechazo de la intervención oficial en los “negocios” privados, a no ser que haya sido solicitada por los propios beneficiarios.
A la vista de este panorama de criterios cruzados (peronismo /antiperonismo versus derecha /izquierda), no parece probable que asistamos, al menos en el futuro inmediato, a una consolidación de las estructuras partidarias que canalizan los intereses de la sociedad civil al interior del sistema político. Esta conclusión, a su vez, sugiere otra, a saber: que en ausencia de mecanismos institucionalmente consolidados de mediación política, la movilización social seguirá derivando en enfrentamiento.
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