Persecusión.

Venía corriendo por la esquina, se le cruzó un auto en la calle que frenó con un violento volantazo y hubo bocinas y griteríos. El periodista se subió al capó, saltó, y siguió corriendo. Intentó ocultarse en un callejón, pero escuchó pisadas, respiró hondo y saltó por un tapial. Se enganchó la ropa, que hizo un ruido sordo al rasgarse. Subió trepando unas escaleras de incendio de un viejo edificio. En el tercer piso, saltó sobre un contenedor de basura. Se recuperó y rengueando siguió corriendo, cruzando la avenida. Se subió a un colectivo e hizo unas cuadras, en el semáforo se bajó y justo pasaba un tren. Alcanzó a colgarse en el último minuto, resoplando. El tren continuó la marcha. Sus perseguidores, en un atasco del tránsito, puteaban.
Yo iba en la ventanilla del tren y lo ayudé a subir. Tenía un hombro sangrando y una ceja partida.
-¿Quiénes eran?- le pregunté, mientras le secaba el sudor.
-Los hombres del Observatorio de Medios de la UBA- me contestó, fatigado, el periodista.