15 ene 2009

Orquesta de señoritas.

Recuperé una grabación del Cuarteto Zupay, cantando canciones de María Elena Walsh. Quizás, Walsh ya merezca, en mi cabecita loca, una reconsideración. Lo confieso, me caía mal. Iba en dupla con los grandes mitos alfonsinistas, junto con, cuándo no, Ernesto Sábato, el anunciador crónico de su pronta muerte, cosa oscura que no se cumplía, pero bue…él la seguía anunciando. Acá los lectores dicen que es porque, por fin, va a escribir un libro. Será. Cuando leí los libros de Sábato, tempranito en la adolescencia, antes de tener que leerlos para el colegio (no me pasó lo mismo con García Marquez, tuve que leerlo –no lo hice- primero para el colegio: así que desde ahí, pobre, lo detesto soberanamente. También tuve que leerlo para la facultad y, nuevamente, no lo hice. En fin, quizás algún día lea, por lo menos, la novela preferida de la pequeña que ahora es un monstruo grandote, cien años de soledad, la zorra se fue dejándome a Braden y a Polémico, y ahora soy un padre apesadumbrado: chicas, acósenme, que ya no puedo alimentarme solamente de fantasías, qué bien que lo dije, no?) me gustaron, lo admito (los libros de Sábato, de eso hablaba antes de un extenso y conspirativo paréntesis). Tenía, ponele, 14 años, y bueno, me parecía, Sábato, todo lo que él quería parecerme: profundo, existencialista, arrojado al abismo, inteligente. También me gustaba Sumo, así que no se si era un muchachito muy cuerdo en aquellos años.
Pero Sábato, el gran acomodaticio de las coyunturas políticas, avalando dictaduras, diciendo, a veces, cosas inteligentes, otras para Doña Petrona, no sé, igual, es algo personal, y punto. En ese combo entraba María Elena Walsh, siempre altanera en un reportaje, reiterativo y de esa clase de reportajes petulantes que anuncian La Gran Verdad del País de Una Persona Valiente, cuándo no, en el diario La Nación.
Así que me caía mal. Recuperó puntos en mi estima (avísenle que recuperó puntos en mi estima, supongo que lo considerará muy importante, porque descuento que le interesará saber qué pienso yo de ella. Bien, no le interesa, y está bien así, porque mis juicios son apresurados y nunca bien fundados y además, porque en última instancia, quién soy yo. Pero ya deschavado, como MEW fue parte de mi infancia, y porque es petulante el marco donde la presentaban, quizás ella no, bueno, para que el mundo sepa –sé que lo está esperando, el mundo, a lo que a continuación digo: nadie es más insoportable que Beatriz Sarlo. Ya me hinchaba las pelotas su sofisticado chamuyo, su soberbia, ya me rompía, en los noventa, así que imaginate) decía, con un disco donde varios músicos de rock (Los Pericos, por ejemplo, Patricia Sosa, Pedro Aznar) cantaban canciones de ella al lado del Cuti Carabajal, Serrat (Orquesta de señoritas), León Gieco (que como siempre, interpreta bien: pero la interpretación de la canción en homenaje a Aute supera todas las otras), Jairo, Ana Belén (que hace una versión de Barco Quieto sencillamente genial), Victor Heredia, en fin, grandes músicos.
Y estaba, también, ese casette negro con franjas verdes donde ella cantaba canciones infantiles. Escuchado ahora, a la distancia, de mi primera tanda de músicos –Los Parchis, Carlitos Balá, las canciones de Pepe Payaso (que un día lo encontré en un velorio, y fue desopilante) y su Ratontito, María Elena Walsh- la única alejada de los conservadurismos que todavía pegaban como resaca de la dictadura, era María Elena Walsh, MEW. Incluso, en la segunda infancia –Yoni Tolengo (una vez gané un premio en una feria, bailando esas canciones), Festilindo (que fui a verlos, a esos que estaban ahí arriba del escenario tapandome a mi gran amor que se llamaba, creo, Jimena), Los Pericos (y el ritual de la banana), Ignacio Copani (cuántas minas que tengo), todavía seguía con vida el casette negro de María Elena Walsh. Pero, ya a esa edad, no me gustaba mucho su voz, la forma cerrada de cantar. Como dentro de un estanque de agua. Y mi vieja escuchaba esas mismas canciones, y otras que yo no entendía mucho, pero cantadas por otros: el Cuarteto Zupay. Como siempre fui un niño caprichoso que lo que veía quería, me adueñé, entonces, de esa grabación del Cuarteto Supay, las vacaciones y el atardecer, y las canciones compuestas por MEW. Pero esa grabación está en el armario de las cosas perdidas. Al lado de mis ex novias y mis ex amigos, así que debe estar, también, en Facebook.
Esa es la grabación que acabo de conseguir. Digo algo, por ahí, controvertible; de La canción de la Cigarra (hay miles de versiones, por nombrar las de argentinos, se me viene a la memoria la de León Gieco, la de Jairo, la de Pedro Aznar…) la mejor me sigue pareciendo la del Cuarteto Zupay.
De ahí pasé, en esos años tan largos que fueron los de la infancia, a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés en Argentina, con una canción –creo que era Ojalá- cantada nuevamente con el Cuarteto.
Yo no sabía de la derrota sandinista, de la primavera democrática, de la crisis de la deuda latinoamericana, del Club de París, del destape español, pero estaba, verás, en ese clima.
Al escuchar de grande las canciones que escuché en la infancia, las de MEW, me doy cuenta de eso que, seguramente, no me parecía importante ni podía, digamos, deducirlo siendo un petisito congelado en el portarretratos del living familiar, peinado a la gomina con raya al costado, pulcra camisa blanca, las manos juntas y rezando y un penacho me cuelga de una manga de la camisa: era la comunión; yo trato de ver en esa foto un toque de picardía en mis ojos más verdes que ahora y no la encuentro, siendo franco; en ese momento, no podía darme cuenta que escuchaba canciones que tenían, agazapados detrás de una tetera que habla en inglés, elementos distintos a la cultura conservadora que todavía impregnaba las costumbres.
Somos la última generación criada en la dictadura. Nuestros hijos crecerán con maestras formadas en la democracia, con padres que se despojaron de la dictadura, con abuelos medio complicados, pero adaptándose.
Quizás, como efecto de esto, desaparezcan las canciones infantiles, queden las bandas que escuchan los adolescentes, como, en nuestro país, Arbol, Miranda, y sean manoseados por creativos de agencias multinacionales, produciendo a escala porque así funciona la cosa, según Adan Smith en un capítulo de La Riqueza de las Naciones: las escalas las determinan los tamaños de los mercados, y reducir costos será, ya lo sabemos, la guía de la industria cultural. Como fue siempre desde la era de la reproducción técnica del arte.
La canción de bañar la luna puede o no trascender, de este modo, las generaciones, acaso como nostalgia, acaso se recupere y actualice (nada fenece en las industrias culturales: esa es una de las tácticas del vacío y la extensión de la ilusión del presente) y seremos más o menos concientes del paso, inexorable, del tiempo, de la imposibilidad de recuperar ese pedazo de vida que queda, para siempre, en el pasado y como inasible. No sé, me fui por las ramas. Puede suceder, o no. Y en todo caso, no tendría mayor importancia. Todavía, en la puerta de la casa de mi infancia, hay un jacarandá, y todavía me río, con al escarapela hecha de jacarandá. Formando, tomando distancia, primero o segundo en la fila, cantándole a la bandera, cagándome de frío, de pulcro guardapolvo, peinado con raya al costado, pensando que no hice la tarea, que no me confesé, que no traje la escarapela. Podría haberme hecho una, con un jacarandá. Pero, ahora, con las entradas en el pelo revoltoso, la barba mal cortada, la mirada cínica y teniendo que tomar distancia, ya no con el brazo derecho en alto como un saludo nazi, sino por el paso del tiempo, ahora, lo único que me queda son las ganas (ya no tan fáciles ni espontáneas, pero no, tampoco, reprimidas) de reírme, como el jacarandá.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

El disco de MEW con Leda Valladares formó parte de mi cancionero infantil, cuando a los cinco años tocaba la guitarra. No progresé en mis estudios, ni con Rafanelli ni con Salgán. Tampoco en Filo, ni en ningún lado porque no me gusta estudiar.
Bueno, a quién le importa.

Esto venía a cuento porque hace poco tuve ganas de leer Anteojito y de llorar con Conrado Nalé Roxlo y Francisco Bernardez con sus poemas de la primera página y de recordar por qué me hacían reir Pelopincho y Cachirula y me gustaban los dibujitos de Blanca Cotta.
Es que la vida era más fácil cuando Tuburón, Delfín y Mojarrita nos hacían divertir.
Había que crecer.
Vamos a ver cómo es...

Anónimo dijo...

Despues de leer placenteramente tu relato, me di cuenta de algo: Tenés 31 años!!
Nunca he leido algo que se parezca tanto a la simbologia de mi infancia. Siempre que alguien cuenta los progamas de tele de la infancia, o la música que escuchaba, me pasaba que algún persanaje no encajaba en mi ideario infantil; de hecho hasta hoy creí que era el único pendejo pelotudo que escuchó a los parchis.
También me impactó ver de manera concreta eso que llaman "homogeinización cultural" o algo así. Sobre todo por el hecho de que yo vivo en Mendoza y vos... no se, pero supongo que en Bs. As., cuando a principios de los 80 no había ni televisión por cable, ni internet, ni medios de aculturación tan afinados como los de ahora. Por eso digo que tenés 31 años... o quizá la aculturación llegue un poco tarde a Mendoza y en realidad seas algo mayor.
Saludos y muchas gracias por el relato.

Anónimo dijo...

Ummm, con el comentario de Mandeb me dí cuenta de que tengo más de 31 años.

Gaviot dijo...

También tengo más de 31..., pero se me se me cayeron un par de lagrimones. Fui tan, pero tan feliz en mi infancia. Mis caminos con la música son muy, muy, pero muy diferentes, sin embargo cada vez que huelo algún aroma que me recuerda a mi infancia, retumba en mi cabeza esa canción infantil que decía "Soy feliz entre las hojas que cantan..." Me acuerdo de ir y venir caminando al colegio cantando esa canción que me parece que es de MEW. Que lejano todo!!! Claro, que no teníamos la lecherísima...Saludos. Fabi

Anónimo dijo...

¡Le vas a bajar el récord de líneas digresivas escritas entre paréntesis a Feinmann El Bueno!
PS: aguanten Los Parchís. Que la canción Gloria les salía bien.

Verboamérica dijo...

Entradas en el cabello. Arboles que se secan. Generaciones que van y otras que se van. Ex`s. Canciones infantiles. Gente que se va. Cosas que se terminan. Los K nos pusieron viejos, maduros, o no sé como llamarlo todavía, a aquellos que de golpe comprenden que el tiempo pasa.

notelopuedodecir dijo...

q manera de decir millones de cosas tan lindamente!

Anónimo dijo...

Yo, por supuesto màs viejo, tengo como recuerdo 2 tapas del suplemento Cultura y Naciòn de Clarìn.
La primera contenìa "Desventuras en el paìs jardìn de infantes", un artìculo espectacular de MEW sobre la censura en plena dictadura.
La segunda, y la màs importante, tambièn en plena dictadura, el poema de Benedetti "Por què cantamos".
Esos dos agujeritos por donde pude respirar libertad en pleno silencio -el otro, por supuesto, la inigualable revista Humor-, me doy cuenta que significaron muchìsimo para mì, un adolescente permanentemente tironeado por el "No Pensar" y sumarme a las huestes bailadoras de la mùsica disco a donde me invitaban los ideològos del crimen organizado gubernamental y la vocecita que dentro de mì ordenaba que me rebelara ante tanta mentira, represiòn y silencio, y que luchaba sin cuartel con mi sentido de la supervivencia.
Esa pelea creo que aùn hoy no la he saldado.

Unknown dijo...

Pelopincho y Cachirula !!!

"Desventuras en el paìs jardìn de infantes!!!

Pero, ojo, Gloria no la cantaban los de Festilindo, incluso hay un disco con el Puma Rodríguez.


Y otra cosa, más improtante que toooooooooodo lo otro; Mandeb (así se llamaba un personaje de Dolina, no?): NO TENGO 31 TENGO TODAVÍA 30 Y FALTAN SEIS AÑOS PARA QUE CUMPLA 31.

Por lo demás, no vivo en Buenos Aires.