Viernes 9 de enero de 2009
Sobre la carta de Yuyo Rudnik. Por Horacio Gonzalez.
Lo político se mueve siempre, todo está en movimiento. La carta de Rudnik y Libres del Sur tiene gran interés y creo que es necesario responderla en lo que debemos llamar un debate entre compañeros. El tema, para mí, es uno solo.
Qué es el kirchnerismo, aceptando que esa palabra de uso común involucra ciertos actos, algunas definiciones, una memoria de lo ocurrido hasta acá, y sobretodo, un conjunto de fidelidades que no en vano se han cimentado.
No están exentas de mudanza, porque son fidelidades, es decir, reflexiones sobre la tensión del sujeto y sus perspectivas de verdad, y no meros axiomas de lealtad pringosa.
Pero si ocurrieran esas mudanzas, deben ser estrictamente fundamentadas. Si los diarios indican algo –en principio, las decisiones de dejar fluir o no dejar fluir ciertos aspectos de un debate- se trata siempre de un invisible tejido de época.
Así, el artículo de Claudio Lozano en Perfil de hoy o de ayer, debe ponerse al lado del escrito de Isaac Rudnik. Se da por cerrado el ciclo del kirchnerismo, y esto es un vocerío que recorre desde hace tiempo toda la emisión de consignas políticas, de derecha a izquierda.
Sería fácil escabullirnos del tema a la manera de los viejos centrismos, que se otorgan validez cuando se sienten atacados desde todos los flancos. Frondizi lo llamo "juego de pinzas". No es el caso, aunque la situación es parecida a ésa. Sin embargo, no debemos ser centristas, sino preguntarnos si vale la pena seguir manteniendo la idea de excepcionalidad –es decir, existe hasta ahora un agregado imposible de disolver en la cotidianeidad quebradiza de lo político- que fue lo que nos atrajo de este período histórico, post-2001.
Las razones para incluirnos dentro de una experiencia social relevante e irrepetible (aún cuando recoge viejos nombres) no son las del tablero político, con sus cuadrantes y su rosa de los vientos. Son las de la convicción, las del argumento renovado y la conciencia autónoma. Lo cierto es que se avizora en este momento una razón de "tablero" y es contundente.
El giro –en un tablero se gira o el giro se controla desde tableros- hacia la "derecha". Kirchner va hacia el partido justicialista –del cual es presidente- con la idea de no dejar ese costado a las decrépitas ortodoxias, pero eso implica costos.
Las críticas son conocidas y si se piensa rápido, compartibles, pero no interpretables así como así. Los "costos", es claro, son la otra parte del "tablero". No es bueno pensar así –la política como almacenería y balance contable- pero empecemos por algún lado.
La probable candidatura de Reutemann nos obliga a cierta futurología de corto vuelo. Si el país cayera en los cotos reutemanianos, sin duda sería esta una involución inaceptable, en dirección a la mediocridad sin apelaciones, la política por medio de operadores y ventrílocuos de ocasión, el festejo del laconismo supino hecho pasar como una sutileza del hombre parco, campesino –ya imagino a Grondona dando una interpretación sobre la paideia de buen paisano- y el reacomodamiento de todos los poderes tradicionales, justicialismo de por medio, en post de una república sensata, sin temblores, áurea-mediocritas, medio santulona, globalizada a mas no poder, otra que Barrick and Gold, por fin en manos de especialistas en soja y seguridad, continuidad del duhaldismo en su punto más rutilante, el misterioso fracaso de la oferta a Reutemann en el 2003.
Sería un reinicio dorado como si en el medio solo hubiera habido un mal sueño de verano. "Ahora sí puedo aceptar". Ahora sí, cuando es necesario dotar de filamentos más duros al viejo régimen y un conjunto de fuerzas coaligadas de la argentina conservadora y mediática exigen orden. Pero si esto fuera cierto, no condice con lo que sin embargo, se avizora en el 2009. Un conjunto de alianzas "justicialistas" que en algunas provincias van a tener listas compartidas con las del kirchnerismo: Córdoba, Santa Fe, Rio Negro, etc. Justamente, donde anidan los desafiantes del 2011.
Evidentemente, el justicialismo irá prendido con alfileres, espalda contra espalda. Así irán el "kirchnerismo" y la fuerza que en cada caso sea la que espera disputar el 2011. Esto supone una interna justicialista en las inmediaciones de ese año, que habrá que suponer muy dura, y en las que es de imaginar que Kirchner se ve con posibilidades para imponerse.
Pensamiento de la política tradicional, sin duda, aunque es difícil rebatirlo con un trazado alternativo hecho con regla y tiralíneas. ¿Y si no fuera así? Esta pregunta es válida no solo porque hoy es imprevisible lo que puede ocurrir, sino porque surge enseguida otra cuestión. ¿Consideramos que el kirchnerismo es un proyecto diferente respecto a la lógica política dominante?.
A nosotros nos parece que sí, basados en la memoria de su irrupción azarosa, su naturaleza contingente –lo que lo obligó a trascender límites costumbristas-, su aire aventuresco, su tanteo incesante, su deseo de explorar nuevas fronteras, su vocación de tomar grandes temas –derechos humanos, deuda externa, estatizaciones, nuevos derechos-, más allá de que fue permanentemente acompañado de la sospecha, por parte de una extendida "ética desmistificadora" a la Carrió –con su salsa de profesional de la denuncia obsesa-, respecto a que todo lo hacía por necesidades de fachada, no siendo otra cosa que el juego falaz que encubría una afición por la impostura.
Nosotros rechazamos esta última opinión y creemos que si cesa la experiencia kirchnerista –por acción exógena, errores propios o voluntad intrínseca- el país quedaría nuevamente en manos de los que hace varios años conjuran a favor de una Argentina hueca, ordenada según la cartilla neoconservadora.
Ahora bien, si el gobierno termina vaciado por esa persistente tarea de demolición simbólica, no muchas veces presenciada en la historia nacional contemporánea, podría concluir sus días en manos de una entente justicialista coaligada con partes nuevas de las derechas que proclama el ideal de vida más menguado que se pueda concebir, negocios globalizados, mentalidades obispales y tecnologías de seguridad. Para eso se lo horada desde todas las secciones del prisma político. Acusado de antirepublicano, corrupto, hitlerista, mafioso, todas las notas disponible de un ataque masivo en regla.
Entonces, en medio de una sacra vendetta, las capitanías y comarcas electorales que lo aceptaron volverían de la pesadilla kirchnerista, tornándolo una veta interna más, un "mal sueño", aunque si fenece como justicialista podría ser perdonado por el mal paso y que vayan otra vez a pelaer al interna de Santa Cruz, si pueden… o si quieren.
En esta hipótesis, sería derrotado por todas las fuerzas conjugadas del país contra los "adevenedizos", fuerzas encabezadas por ese mismo justicialismo que se animó a presidir y con el cual habría capeado el temporal del 2009. Pero tanto se habría aliado a lo que parecía su tabla de salvación, que ya no se diferenciaría de ellos.
Como la daga de cierto mítico archiduque, el justicialismo es la única daga que podía matarlo, pues "a la amante del Duque, solo el puñal del Duque la puede matar". ¿No habrá muchos que harán sus cálculos imaginando una dulce continuidad justicialista y pensarán en "salvar las papas" con un Scioli, un Solá, lo que sea? Como si Morales Solá y Lozano lo hubiesen previsto en simultáneo.
El fin del "consenso kirchnerista". Por supuesto, no son lo mismo ambas personas, difieren en su pensamiento último y en sus estilos de trabajo. Es obvio que el tipo de análisis económico competente que hace Lozano difiere del llamado a la restauración moral que hace Morales Solá. Pero aquí estamos hablando de los efectos indisimulables que ejerce la combinatoria de argumentos que desertifican por multiplicidad de ángulos el ámbito gubernamental. Y este parece sin proyecto, utopía o plan.
Le falta, como es notorio, un acto trascendente que detenga la sangría, y éste acto no aparece. El kirchnerismo actúa a la defensiva –aunque no lo parezca- con estilos de adhesión y cohesión al magma justicialista. Procura alianzas con los mismos con los que deberá debatir crudamente en 2011.
¿Era necesario el acuerdo con Rico, el veto a la ley de protección de glaciares, etc, etc? Son concesiones a una visión del desarrollo nacional que refleja la existencia de apropiaciones políticas estamentales, modismos tacaños que el gobierno acepta. Rico no es lo mismo que Reutemann, desde luego, pues en el primer caso estamos ante un callo histórico del militarismo nacionalista –con rasgos plebeyos y un insurreccionalismo de sindicato militar pragmático con vetas estereotipadas del sueño corporativo social y nacional- y en el segundo ante un conservadorismo de concesionaria automotor y prevenciones de una pequeña burguesía rural mezquina, barnizada por la monegasca Fórmula Uno (ahora está mas claro todo, y el que mejor lo vio fue Menem).
Volviendo: a pesar de no ser lo mismo Morales Solá –publicista de la derecha comunicacional- y Lozano –militante social destacado-, revelan las emergencias visibles de un fenómeno gubernamental que, por acciones conjugadas diversas, va perdiendo legitimidad en forma creciente.
No en vano la estrategia de Kirchner es retroceder y ganar aliento para un incierto momento, dentro de tres años, donde si la interna justicialista no da buen resultado –o sea: se concretaría el veredicto aciago sobre la expulsión de los "nuevos infiltrados", esta vez los pingüinos kirchnerianos-, al país le esperaría un nuevo ciclo de conservadorismo moralizante y neoderechas con cuello blanco o cuellos tatuados de empresarios políticos, a la Macri, a la Narváez.
Tendríamos un país sin perspectivas, con su rumbo dictado por el agrarismo de taimados mercaderes. Veamos ahora este dilema desde el ángulo de los nacionalismos de nuevo cuño, que postulan una economía nacional de los desposeídos y una reapropiación completa de las riquezas energéticas a fin de realizarlas en un vasto plan de inserciones sociales.
Estos sectores –que la publicística del diputado Lozano representa muy bien- merecen plena simpatía en sus proposiciones alrededor de la cuestión de la pobreza, la democracia energética y la crítica a las representaciones políticas caducas. Sin embargo, para realizar su crítica de estilo radicalizado –con la que no tenemos problemas- han debido concluir desde hace tiempo que el gobierno está tomado por una falsía de origen, una facticidad embustera.
Así, lo califican libremente de derecha", o "centro derecha", a fin de eximirse de las consecuencias de la succión quizás importante de votos que harán "por izquierda". Toda fuerza política tiene derecho a componer esta hipótesis y rechazar lo que aparecería como un "mal menor" en nombre de su válida creencia en un punto de partida propio y no relativizable por el "tablero".
Pero el tablero junta porotos con vocación empírica cuya grosería proverbial no repara en la conciencia noble de los que ejercitan un repudio amplio a la "derecha", apresurándose a colocar al gobierno en esos cartabones.
Incluyen al gobierno, sí, pero no tanto a la Carrió o a Macri, pues –no es fácil decirlo- a veces son presa del síndrome de toda oposición, donde cada uno encuentra la secreta solidaridad actual de quien puede ser su próximo enemigo. No nos quejemos de esta nota crucial del acontecer político de todas las épocas.
Contra el "mal menor" han embatido muchos partidos políticos en la historia, sin preocuparse por el argumento de que le hacían el juego a lo "peor". ¿Es éste el caso? Hay que mostrar que estamos ante lo mejor dentro del límite de coacciones que ofrece la historia. Pero lo mejor, por dewfinición, es siemrpe mejorable, so pena de rornarse el mal menor.
Demostración difícil que hay que construir. Por lo tanto, es menester demostrar que la actual configuración del mapa político debe presenciar una viva reacción del gobierno a través de propuestas novedosas que desenrieden el atolladero político. Habitar en el interior del justicialismo, si fuera tan solo eso, es el capítulo terminal de la experiencia kirchnerista, aún si se quisiera hacer de este aparato un "partido de nuevos pensamientos sociales".
Sin embargo, habitar sin tapujos y con explicaciones públicas convincentes el pliegue interno justicialista supone la obligación de lanzar proyectos simultáneos en cuanto a la valoración sensible y profunda de esa colectividad histórica. Es momento de un gran balance, no de módicas liturgias.
Pero al mismo tiempo hay que actuar en otras trillas de la realidad nacional. Ya lo insinuamos muchas veces: hay que revisar las concepciones desarrollistas y cientificistas banales, para pensar en un plan nacional de movilización que tome todas las dimensiones del problema argentino, incluyendo los problemas irresueltos del que habla el diputado Lozano y los que incluye en su carta el compañero Yuyo.
De lo contrario, razonamientos economicistas con pezpuntes un tanto demagógicos, por más que legítimamente progresistas, en combinación con el más formidable aparato de demolición simbólica que se conoció en la Argentina pos-dictatorial, dará lugar a un cese de lo actual y a un gobierno por fin de centroderecha, como dice Bonasso.
Pero no éste, sino el que verdaderamente va a actuar bajo ese nombre, no es necesario ilustrarlo al compañero Bonasso sobre ese punto. Y un nuevo "bloque de los ocho", que seguramente serán más, compañeros sin duda de nuestra estima, llamarán nuevamente en el parlamento para reiniciar la larga cabalgata.
No es que no estemos preparados para algo así, ni siquiera nos faltan acostumbramientos, pero cometeríamos una injusticia con estos años recientes, cuya crítica intentamos hacer con mirada productiva, sin duda más profunda que la del gobierno que produjo la novedad inesperada de estos años. No por eso no lo omitimos en un juicio propicio sobre el trecho que ha recorrido, improvisado, sí, pero superador de la política tradicional aún con los instrumentos de la propia política tradicional. Es necesario que ésta se renueve y el punto de inflexión todavía no lo hemos encontrado.
Ese punto es el que tenga mayor capacidad de convicción que los argumentos de las derechas del "fin del período" y las centroizquierdas sociales del "agotamiento del consenso". En ambos casos se pone el nombre: "kirchnerista".
Agotado, próximo a su fin. Si así ocurriera, por resignación propia, carencia de ideas o arrebatos entorpecidos de una memoria justicialista de corto vuelo, nos tendremos merecido tal retroceso, y a comenzar otra vez… en un país sin ideas ni valentía, con un Rally para las masas, con argentinos que salen a la calle abobaliconados por los tuercas de la globalización, con políticos que hablan por power point y del otro lado, con el mito nacional popular actuando como bancada lúcida en una nueva década infame del siglo XXI. Luciéndose en la tarea de detener las nuevas privatizaciones. ¿Eso querían?